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Athenas
PorHugo Lagos Fecha19 Abril 2011

Lo que sucede hoy día en Grecia es inhumano.
Su pueblo está pagando el pato por los inextricables negociados de la finanza internacional, la poca delicadeza de sus políticos y las medidas del FMI. El país se encuentra en bancarrota. Los griegos están desesperados y la democracia tiembla, al resto de Europa le tiembla el euro. La crisis económica de 2009 sigue haciendo estragos.
Eso si, hay quienes no pierden nunca. Especula buen especulador.

En las noches de verano las calles de Atenas huelen a jazmín.

Los vestigios históricos con sus respectivos Dioses se duermen y la Plaka, el barrio viejo situado abajo de la Acrópolis, se ilumina con todos sus colores. La fragancia natural del aire se aleja dejando el lugar a los efluvios gastronómicos que inundan las estrechas calles peatonales.
Aceite de oliva, feta, musaka y retsina, antiguo vino blanco de receta exclusivamente griega, aparecen en las bandejas que circulan por las terrazas atestadas de turistas, pantalones cortos, vestidos blancos y perfumes insistentes, incesante ir y venir entre artesanía local y platos típicos.

“¡Como están los indios!” Tronó la voz de Helena una joven y corpulenta griega de ademanes bruscos que nos servía de guía y de intérprete.
Helena había estado en Nicaragua en la primera época Sandinista y su experiencia internacionalista junto a los indios misquitos la había fuertemente impresionado.
Su castellano era más bien precario.
“¡Las 9 de la mañana, como están los indios!” repitió la voz, era su manera de anunciarnos que había que seguir viaje rumbo a Thesalónica y que el bus nos esperaba…

“¡Oye loco, es que estoy muy emocionado!”
Este compatriota se había subido al escenario para expresarnos directamente su chilenidad al vernos y escucharnos. Fue en un concierto al aire libre en el Pireo, el puerto de Atenas. Compatriotas chilenos, marinos mercantes cuando no traficantes, patiperros y buscavidas, nos contaban que en ciertos tráficos si los sorprendían en altamar, los hundían directamente y nadie supo nada…

Luego de una larga travesía llegamos a Creta, los habitantes de esta gran isla nos miraban con curiosidad, más aún durante la prueba de sonido, el concierto era en una cancha de fútbol. Después de interminables conjeturas sobre la dificultad de atajar penales y de meterlos, en algún momento a alguien le dio por cantar “Bésame mucho” para probar los micrófonos, una ancha sonrisa iluminó el rostro de los curiosos. Nada que hacer, el éxito de éste bolero es universal.

En las cálidas noches de verano las calles de Atenas huelen a jazmín y al atardecer sentado en una silla de bambú bajo los inmensos árboles que la brisa estival mece, el hombre siente el leve roce de una falda envolviendo la piel dorada de una diosa griega que aprovecha el silencio de la noche para escapar del Olimpo y acercarse al humano.