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Cronología de una traición
PorGuillermo García FechaSeptiembre 2006

La gestación del conflicto que el grupo Quilapayún vive hasta el día de hoy con Rodolfo Parada Lillo, ex-miembro de la banda, comienza a gestarse en la época en que en Chile, Pinochet decidía hacer un plebiscito que lo llevó a tener que abandonar el poder, es decir y más precisamente en 1988. En aquella época, Eduardo Carrasco, director del grupo e iniciador del mismo, y quien ya no actuaba en los escenarios (habíamos decidido que se dedicara a la creación y dirección artística), decide volver al país. Era una separación que creaba nuevas condiciones de trabajo al interior del grupo pero que no era una ruptura propiamente tal; la distancia obligaba a tomar en nuestras manos responsabilidades que hasta ahí, eran las suyas. Debo decir que el rol de Eduardo en la historia y evolución de nuestro conjunto es primordial. Eduardo es el conceptor de buena parte de su identidad, y no sólo el autor y compositor de numerosas canciones; puesto que supo a lo largo de los años imprimir un modo de funcionamiento de vida y trabajo compartido por todos, pero además, aportó un raciocinio político, filosófico, ético y artístico que nos ha llevado a converger colectivamente muchas veces y que se comprueba además en la extensa producción y longevidad del grupo (más de 40 años), y en el hecho que cada uno de nosotros lleva dentro de él, muchísimos de esos años.

Por acuerdo tácito y con la reinstalación de Eduardo en Chile, Rodolfo Parada asumió entonces la dirección del grupo. En esa época contábamos con la participación esporádica de un nuevo componente, Patricio Wang, músico y compositor chileno que residía en Ámsterdam, Holanda. Las expectativas no eran malas, el espíritu de unidad del grupo se mantenía fuerte y podíamos entonces seguir proyectándonos hacia el futuro, enfrentándonos además a la nueva situación de termino del exilio. Las cosas parecían sanas en apariencia y bastante prometedoras con el hecho de que recuperábamos la posibilidad de volver a cantar en nuestro país después de 16 años de ausencia. Es en esa época y con ese cambio de situación que nuestra actividad profesional se vio fuertemente resentida, Chile dejaba de interesar y de motivar solidaridad en los diferentes públicos europeos; eso significó que cada uno de nosotros tuviera que comenzar a buscar trabajo en otras actividades, puesto que no ganábamos suficiente para vivir de la música como había sido hasta allí, teníamos cada vez menos conciertos, nuestro rol de embajadores de un pueblo que sufría una de las peores dictaduras de América Latina llegaba a su fin, y entonces había que cerrar filas para continuar o simplemente decidir detenerse allí y que cada uno partiese a lo suyo abandonando una ardua y hermosa historia cargada de símbolos y significaciones.

Decidimos continuar y así lo hicimos, la vuelta definitiva a la patria no podía hacerse por lo complejo y difícil que era y es instalar todas nuestras familias en un país que no nos ofrecía nada o muy poco. El esfuerzo era grande y los frutos magros, pero el amor al oficio y nuestras convicciones hacían el resto, nadie se quejaría durante mucho tiempo; ensayábamos, dábamos conciertos y trabajábamos paralelamente en lo que habíamos encontrado y seguíamos adelante. Como decía, fue también en esa misma época en que comenzaron a suceder hechos que paulatinamente se multiplicarían y que serían los que provocarían definitivamente la ruptura con Parada y sus acólitos (ello está citado en el documento anexo "Gestación del Conflicto"). En realidad, poco a poco, Parada fue concentrando en sus manos el control del grupo, sus cuentas bancarias, los contactos profesionales y lo mismo, fue dividiéndonos (dividir para reinar dice el dicho), manipulando la información, creando alianzas según sus intereses y conveniencias, fue instalando las condiciones para hacer lo que tenía planificado : destruir el control colectivo de la actividad del grupo, reinterpretar su historia, su inconformismo, su afán crítico, su canto de esperanza para reducirlo a un affaire puramente económico, a un vulgar negocio en el cual, por supuesto, sería él el más beneficiado. Como corolario a esta maquinación y a nuestras espaldas, registraría la marca Quilapayún a su propiedad en Francia, Chile y España. Ser el propietario de ella le permitía muchas cosas y por sobre todo, no tener oposiciones a sus proyectos y designios.

Pero si hay algo de este asunto que debe comprenderse y que justamente lo saca de lo banal que son estas cosas en la sociedad humana, es que Quilapayún es una historia peculiar, en ella el mito nada tiene que ver a pesar de que pueda existir. Yo diría que somos una especie en vías de extinción, fuimos y somos aún, una banda de idealistas que innumerables veces tiñeron sus textos y melodías al rojo vivo y esto por pura convicción, no olviden de donde venimos. Somos el producto de un continente que muy lenta y dolorosamente accede a la democracia y que entre tanto ha dejado millones de cadáveres sembrados a lo largo de una tormentosa historia. Efectivamente, si esta experiencia reúne aún a los mismos componentes desde hace más de 40 años cabe preguntarse ¿qué quiere decir esto? Y es que Quilapayún se inscribe en la larga lista de todos esos creadores e intérpretes latinoamericanos que se han jugado la vida por aportar otra voz, nueva y diferente al funesto jardín de las disqueras, a la desolante mediocridad del marketing de la canción y al estrecho espacio de la actividad cultural que permiten los diferentes países. Y esto no a través de la simple denuncia, sino por estar profundamente enraizados en nuestra historia, en nuestra cultura, en nuestras realidades; por querer propulsar el hablar con nuestra propia voz de todo aquello que se silencia desde hace siglos pero que obstinadamente sobrevive a las tormentas, destrucciones y represiones sucesivas : la indomable voz de nuestros pueblos, su imaginario, sus sueños y esperanzas, su identidad legítima, su dignidad.

Es por esto que digo y afirmo que se trata de una “traición” y no de otra cosa y que hoy, estamos en el tiempo de las verdades, el tiempo en que hay que nombrar las cosas por su nombre, y que hay que desenmascarar la mentira, la perversión, la deslealtad para buscar la verdad, lo ético, lo honesto. Eso nos lleva a tener que batallar larga y ferozmente para sobrevivir a la perversión que instala el individualismo, el afán de dinero, el egoísmo. Parada se apropió de algo que no le pertenecía y que es patrimonio y fruto de un trabajo colectivo, de una larga historia compartida en la cual se incluyen muchos nombres, entre otros el de Víctor Jara, cantautor asesinado por los militares y del cual Quilapayún recibe una notoria contribución artística. Y es que cada uno de nosotros dio el alma y el cuerpo para hacer existir lo que fuimos y lo que somos, para hacer vivir la música de la esperanza, la música de una gran parte de los chilenos, de los latinoamericanos e incluso de otros pueblos lejanos. Es porque existía y existe una generosidad absoluta en cada uno de nosotros que nuestra música ganó los corazones y atravesó los mares. Nos habitaba y nos habita una fuerza mística, una pasión sin frenos ni dobleces. Esto permite y permitía la transparencia, porque estábamos y estamos plenamente en un proyecto común. Durante mucho tiempo Parada escondió la parte oscura de su personalidad, frenaba, controlaba sus pulsiones y ambiciones las más negativas hasta que las desató todas groseramente. Pero aquello se acabó y se sigue terminando y es por esto que afirmo que llegó el tiempo de la verdad, de ver y nombrar las cosas por su nombre, de refundar la claridad.

Sabemos que la sensibilidad de nuestro público se resiente, se frustra, se entristece, se decepciona fuertemente con lo que nos sucede, a nosotros los mitos vivos de una bella historia colectiva tan cargada de significaciones y tan ligada a aquella de nuestro pueblo. Sin embargo, pienso que la realidad humana pasa por que sea ella misma la que ponga las cosas en su lugar. En otras palabras, cada época muere para que otra le suceda. Y es que otra época está pariendo, dolorosamente con estos hechos, lentamente, ella es absolutamente necesaria, esencial, y nuestra propia historia de cantantes pasa también por allí. Es y será la época de la ética. Eso es en síntesis lo que sucedió y sucede con Quilapayún, lo que llevó a la mayoría de nosotros, sus componentes, a romper, a reaccionar, denunciar en tribunales y públicamente “la gran traición”. Creo que sólo la claridad, lo que es justo, hará que todo siga adelante, porque son las ambigüedades las que dejan lugar a que sucedan estas cosas y eso es un error que se paga ; nuestra responsabilidad es defendernos, protegernos y exigir justicia.

Para justificar su encono y rechazo a asumir todo esto honestamente y dignamente, Parada construye toda una mascarada discursiva que por supuesto denunciamos, con ella intenta legitimar la existencia del grupo que ha inventado, aquel con el cual usurpa un nombre y con el cual se presenta dando conciertos. Así, habla de tradición e innovación, de modernidad o de una larga historia que sólo él vivió en el seno del nuestro. El resto de los componentes o bien llegaron muy tarde, o hicieron un pasaje efímero dentro de la banda (es el caso de Patricio Castillo, de Patricio Wang). Los otros, verdaderos empleados a sueldo de Parada y por lo mismo desconocidos, no tienen opinión, sólo trabajan a contrata según las necesidades a que obligan los compromisos que Parada contrae.

Nosotros no hemos cambiado, seguimos férreamente atados al destino de nuestro pueblo, somos un grupo que es propiedad de una historia colectiva y que Parada mismo contribuyó a forjar junto a nosotros sus antiguos compañeros. Es por esto que me permito escribir estas líneas, porque creo es necesario señalar que nosotros, los históricos de ésta historia, somos depositarios de una experiencia intransferible e indivisible pero también de la legítima esperanza de los humildes de nuestro país, ello no lo inventamos hoy, lo ganamos gota a gota, con lealtad, con honestidad. Lo peor sería pensar que la larga trayectoria de Quilapayún es producto de un solo personaje, de su supuesta capacidad a dirigir, crear, pensar, proyectar la orientación del grupo, ello es desmentido por el reconocimiento que nos regala a cada uno de nosotros individualmente nuestro público pero también, por esta férrea unidad compartida por todos los Quilapayunes históricos, unidad que no logra ni logrará quebrar esta triste y oscura traición.