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El Sena, los Pacos y el Chatelet
PorHugo Lagos FechaOctubre 2009

El verano se acabó oficialmente en Francia el 21 de septiembre, pero este día 30 el sol invadía generosamente las calles de Paris, la ciudad más bella del mundo y también la más cara, en Canadá le llaman l’été indien, el verano indio, una especie de “llapa” de verano que se prolonga durante más o menos un mes.

Bajé por el boulevard de Malesherbes bajo los inmensos castaños y plátanos aún verdes, pasé por delante de la iglesia San Agustín y seguí hasta La Madeleine, las parisinas paseaban despreocupadamente cabellos al viento aprovechando el buen sol de l’après midi. Doblé a la derecha y desemboqué frente al Obelisco, regalo de Egipto a Francia en 1830 traído directamente de Luxor y que se yergue sobre un pedestal en la plaza de la Concordia, ahí mismo donde guillotinaron a los 39 años al rey Louis XVI y la reina Marie-Antoinette, un año más tarde le tocó el turno a Robespierre terminando así definitivamente el régimen de “la Terreur”. La revolución es imprevisible.

Volví a doblar a la izquierda y me fui bordeando el Sena al otro lado se veía la hermosa gare d’Orsay hoy día convertida en un importante museo que alberga a los pintores impresionistas, una gran emoción me invadió cuando vi por primera vez el original de “La nuit étoilé”, la noche estrellada, de Van Gogh. Por mi izquierda imponente, el Louvre.

El tráfico se estaba empezando a poner denso cuando llegué a la “place du Châtelet”, uno de los tantos puntos neurálgicos de la capital francesa, los pacos estaban hueveando, como en todas partes. París es una de las ciudades más controlada por la policía, miles de acontecimientos suceden todos los días, espectáculos, desfiles y manifestaciones de todo tipo, culturales y políticas. Big Brother vigila y filma… Sonría por favor.

Me estacioné como pude en un lugar prohibido pero discreto, por si pasa.

El Châtelet es un súper teatro de estilo italiano con confortables asientos de terciopelo rojo y cuatro balcones, un imponente lustro domina e ilumina desde su altura todo el recinto. Es en este escenario donde se hace entrega cada año del galardón a la mejor producción cinematográfica francesa, a los mejores actores y los mejores equipos técnicos, es la entrega de los César que son una estatuilla algo así como el Oscar en Hollywood.

Ahí estuvimos entonces, por primera vez en el teatro imperial del Châtelet, con nuestro homenaje a Víctor Jara, para no olvidar, como en el Teletón, con dignidad y profesionalismo. El Quila de siempre. Más de mil personas asistieron y amigos de treinta años se acercaron a saludarnos, un colega profesor de música que vino a vernos me dijo: “se siente una comunión compartida en el público”. Mi amigo Marc profesor no vidente y pianista tenía profundamente razón, su definición de lo que pasó era exacta.

Para mí no pasó y cuando volví al auto tenía en el parabrisas una multa de treinta euros.
Ça c’est Paris.