Quilapayún Header Quilapayún - Sitio oficial
La Muerte Incierta
PorEduardo Carrasco FechaDiciembre 2006

¿Se murió Pinochet? Todo pareciera indicar que así ha ocurrido en efecto, aunque los más agudos saben que hay muchas razones para dudarlo. Cuando uno le hablaba a Roberto Matta de lo necesario que era derrotar a Pinochet para que Chile se abriera camino hacia la democracia, miraba con cierto escepticismo y respondía que el Pinochet más peligroso no era el hombre de carne y hueso que entonces seguía gobernando el país, sino los múltiples Pinochets que cada uno de los chilenos tenían dentro de su cabeza. El Pinochet que acaba de fallecer, viejo y cansado, con apenas algunas fuerzas para mantenerse en pie, con el cuerpo y la mente corroída por enfermedades múltiples, era un mero símbolo, una ya evanescente imagen del autoritarismo, del machismo, de la hipocresía, de la ignorancia y la incultura orgullosa de sí misma, del falso pavoneo de “huaso” ladino que se cree hábil porque en el reducido reducto donde tiene poder le celebran sus chistes macabros o sus salidas matonescas, de la impiedad y la indiferencia disfrazadas de dureza y decisión de héroe militar, de la barbarie justificada con grandes palabras huecas, de la estrechez de mente que impide tener ideas propias o ser capaz de criticar las ajenas sin darle de bofetadas al interlocutor, todas cosas que él personificó con tanto rigor durante su vida. Todas estas lacras y muchas más son las que se presume han sido incineradas en este funeral en el que efectivamente pareciera haber desaparecido la figura física del general, pero de ninguna manera ellas mismas.

Es el propio funeral, la hipocresía en las decisiones que hay detrás, algunas declaraciones emitidas, los discursos, ciertas medidas gubernamentales, las opiniones de los deudos, los hechos ocurridos de un lado y de otro de la barricada, los comentarios periodísticos, etc., los que demuestran que Pinochet sigue vivo y tardará mucho todavía en desaparecer de las cabezas de los chilenos. Y es que el hombre mismo que se dice que ha muerto es un típico producto nacional, un “fruto del país”, que en nuestras tierras se produce en serie y desde hace mucho tiempo, y no se ve todavía la manera de impedir su propagación. Todo favorece su aparición, los déficits culturales, que alejan a la población de los valores humanistas y la empujan hacia el faranduleo y la superficialidad, nuestra pésima educación que busca la adaptación de los educandos al sistema de mercado, olvidándose de enseñarles a ser mejores seres humanos, los malos ejemplos que por todos lados dan las instituciones, que se dice que funcionan, pero que en realidad, si es que funcionan, lo hacen muchas veces en direcciones opuestas a las que figuran en sus declaraciones de misiones, los políticos que pasan buena parte de su vida pública disputándose por nimiedades partidistas, sin ser capaces de elevarse hacia el debate de las grandes cuestiones nacionales, la justicia manipulada hasta el cansancio ante la vista y paciencia de todos nosotros, los militares, con su discurso ambiguo frente a cuestiones de primera importancia, salvaguardando falsamente el honor que dicen que les importa tanto. Es decir, si un observador externo visitara nuestro país, de seguro que la opinión que se llevaría sería la de un territorio abandonado por la coherencia: pocos dicen lo que piensan y, peor todavía, muy pocos hacen lo que dicen que hacen o piensan verdaderamente lo que expresan como su pensamiento. La incoherencia, como un rapaz que diezma todas nuestras esperanzas de un Chile mejor, anida en las palabras, en las acciones y hasta en los gestos.

En medio de esta confusión, no es raro que por todas partes surjan fenómenos anómalos, que van, desde los escándalos protagonizados por los políticos, hasta los apedreos y barricadas de los encapuchados, pasando por infinidad de hechos de diferente carácter que cotidianamente leemos en los diarios u observamos atónitos en las pantallas de la televisión. El pinochetismo sin Pinochet parece campear en nuestros “campos de flores bordados”. Pinochetismo, por ejemplo, es la acción de Luz Guajardo tirándole agua al General Izurieta en el momento en que este visitaba a Pinochet en el hospital, o después, embistiendo a palos en contra de un departamento piloto porque unos trabajadores del lugar se habían manifestado contrarios a su ídolo; pinochetismo es la locura desatada en contra de los periodistas durante el velamiento del fallecido General y la acción del fanático que a empellones las emprende en contra de una periodista española, le arrebata el micrófono y, a través de él, lanza su preclaro mensaje a la Madre Patria: “¡españoles conchas de su madre!”. Pinochetismo es la histeria de esos personajes intentando cortar los cables de la televisión durante la ceremonia fúnebre. Pero también es pinochetismo la quema de libros llevada a cabo por un grupo de encapuchados en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile hace algunos días, y también son pinochetismo los desmanes causados por jóvenes descarriados en sus propias poblaciones las noches del domingo y del lunes recién pasados. Pinochetismo más sutil es el homenaje rendido al General muerto en la propia institución que él clausuró a su llegada al poder. Pinochetismo algo más burdo es el discurso del Capitán de Ejército en servicio activo Augusto Pinochet, que por buenas razones lleva el nombre de su abuelo. Pinochetismo es el escándalo que provocan en partidarios y detractores las palabras de Belisario Velasco, ¿O acaso no es pinochetismo censurar la expresión de lo que sinceramente se piensa? ¿Y no será pinochetismo la “realpolitik”, que alivia con ligereza la carga de los principios, a la que nos hemos venido acostumbrando desde los primeros tiempos de la Concertación por parte de un lado y otro de las tiendas políticas? ¿Y acaso la doblez de lenguaje que encubre las verdaderas situaciones con un manto de eufemismos no es pinochetismo?

Es decir, pinochetismo es condenar la violencia del adversario y justificar la violencia propia, pinochetismo es no darse cuenta que el mundo es inmenso y que los valores e idearios que en un momento pueden tener cabida en un país remoto como el nuestro, ya han sido descartados y abandonados en otras regiones más civilizadas, pinochetismo es pensar que se puede lograr algo con valor permanente a punta de voluntarismo y brutalidad, pinochetismo es pensar que constituye un triunfo acabar con el otro, negar su opción a golpes, en un mundo en realidad lleno de enigmas y en el que toda existencia humana es una apuesta marcada por la incertidumbre, pinochetismo es prohibirse el error, es la soberbia, la tozudez, la incapacidad de perdonar y también de pedir perdón. Son esas las lacras que todavía arrastramos con nosotros y que no se necesita ser un Nostradamus para predecir que todavía nos traerán mucho dolor y muchos sacrificios inútiles.

¿Se murió Pinochet? Claro que se murió, pero como se dijo en los discursos durante su funeral, su legado sigue vivo: el fanatismo, la intolerancia, la insensibilidad frente a los demás si los demás no son “como uno”, la idea chovinista de la patria, la voluntad de distorsionarlo todo con tal de salvar la cara, el pensamiento de que la honestidad es sinónimo de estupidez y de que el fin justifica los medios, todo eso que nos trajo el Dictador y que un periodista extranjero sintetizaba con la frase: ¨El General trajo a Chile la Inquisición española”, todo eso, digo, está lejos de haber muerto en Chile. Sigue esperando su oportunidad para volver a despertar bajo otros nombres, otras ideas, otras circunstancias. E insisto, no es cosa de izquierdas o de derechas, ni de gobierno o de oposición, porque el fantasma ronda en las cabezas de todos los sectores. Que el General se haya ido, hará llorar a algunos - menos de los que él mismo pensó que lo llorarían (y si ya son pocos, imagínense cuantos irán a quedar en algunas decenas de años más) - y hará festejar a otros. Pero ni unos ni otros son lúcidos. El juicio de Chile se acercará cada día más al juicio que ya ha hecho el mundo: no están ni estarán los tiempos para aventuras como las que vivió nuestro pobre pueblo bajo la bota del General. Pero en muchas de las cabezas de los que hoy día festejan, Pinochet sigue vivo y muy vivo, y será tarea de muchas generaciones de chilenos acabar de una buena vez con él.