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W.O.
PorHugo Lagos Fecha3 Noviembre 2011

“De lejos parece un humo y de cerca una palomita
A veces son los pañuelos que bailan una zambita…”

Con un gesto elocuente de la mano echó el humo de su cigarro hacia el lado para no importunar a su interlocutor como si no supiera de antemano que de todas maneras terminaría ocupando un lugar en él.
Complicidad divertida e inmediata, del instante, de un juego de palabras, de la situación: “chicas pero patoteras”, dijo en el restorán delante de un plato de minúsculas almejas a la marinera. Efectivamente no eran como las chilenas, la risotada fue general.

Willy Oddó vivía en los otros, necesidad de seducir, ocupar un lugar en ellos y hacerse amar.

Las situaciones y personajes vividas por él a fuerza de anécdotas y fieles descripciones terminaban siendo familiares, el Gato, el Lucho Ríos con su risa burlona, Don Florencio, mítico profesor de ciencias naturales que terminaba ineluctablemente en algún momento de su curso diciendo: “aquí, vamos a hacer un corte…”, la escuela naval, el liceo 7, el club de fútbol del barrio, Los Quimbeños, Ñuñoa etc.

Hincha de Nicolás Guillén, Edmundo, Rivero y Los Fronterizos, amante de la gastronomía y del buen vino, del tango y de la zamba, del fútbol y del tenis. Del folklore, de la Argentina, de la cordillera, de Chile, de su gente y de Santiago, contrariamente a sus compañeros de exilio
a penas pudo irse hizo la maleta y partió a su querida tierra.
Un par de años después, en un viaje a Francia estuvimos conversando toda la noche sobre la dificultad de volver a vivir en la Dulce Patria.

Empezamos juntos los ensayos de “Los tres tiempos de América” pero el llamado de las raíces fue más fuerte y al final no estuvo, su canción era “hombre de América el canto, que por ser tuyo cantamos” le quedaba al callo. Después de probar todos, terminó cantándola Carlos Quezada.

Como a las seis y media de la tarde nos juntamos en “La belle polonaise”, el bar que estaba al frente del Bobinó, un teatro parisino de ochocientas personas en el barrio Montparnasse. A mediados de noviembre empezaba a hacer frío, “s’il vous plait, un grog” pidió, mezcla de té con ron, “no, yo quiero un té simplecito nomás” dije. “Estoy súper resfriado, así que me voy a destapar las cañerías antes del concierto” dijo, acto seguido se fue a los camerinos a hacer sus abluciones con agua caliente y mentolato, gárgaras saladas y un tecito esta vez puro. Era él quien comenzaba el espectáculo como tantas veces, solo con el bombo, “canta el cantor la baguala, cante la vida…”. El teatro estaba lleno.